La Dignidad inundó Madrid el 22 de marzo pasado en forma de
una gran marea de miles de rostros, nuevos y viejos, de miles de corazones
agitándose reclamando algo tan simple y a la vez tan inmenso como es una
sociedad mejor. A algunos nos parecía estar soñando, no nos parecía posible
semejante demostración de fuerza. Una convocatoria tan extraordinariamente multitudinaria
convertida ya en hito histórico, no nos parecía propia de esta tierra ni de
este tiempo. Pero es así, tenemos que ser conscientes, es aquí y es ahora.
Por eso que los que ostentan el poder tienen miedo pánico al
ver como este Pueblo se organiza, como reivindica, como rechaza su ración de
mentiras diarias, como deja de beber en las fuentes de la intoxicación
informativa, como se rebela y señala al enemigo, como pierde el miedo y avanza
con paso firme.
Ese Pueblo forja la
unidad desde la base, que consagra la solidaridad entre distintos para
colaborar en lo concreto, que es lo único urgente, es la Dignidad en sí misma.
Pero esta visión, esta idea es muy peligrosa para los que nos brindan la
miseria. El miedo les recorre la médula espinal como un impulso nervioso cuando
ven llegar desde todas partes a miles y miles de seres humanos con sus
grandezas y miserias, con sus sueños, con sus esperanzas, con sus debilidades,
cansados pero alegres y dispuestos a luchar, a no rendirse jamás, a plantar
batalla una y mil veces para defender la justicia, la libertad y la Dignidad
como Pueblo consciente que somos.
Es entonces cuando deciden movilizar un regimiento de esa
guardia pretoriana que les permite que todo siga estando atado y bien atado. Se
acorazan, se blindan, toman las calles (esa que se siguen empeñando en
considerar suya pese a todas las muestras que les damos de que es nuestra), nos
saludan agitando la mano para que vayamos entendiendo que vamos a ser
golpeados.
Violencia. ¿Quién la genera? La genera el odio y este se
alimenta día a día por la injusticia, por las vejaciones a las que se está
sometiendo a las clases populares y trabajadoras. Pero si no hay gente
dispuesta a lanzar una piedra, no pasa nada porque se da la orden de disolver
la concentración antes de la hora convenida. Y empieza la balacera de las
bocachas, los golpes secos, la gente empieza a buscar arena de playa bajo los
adoquines, no llueven ranas, son piedras cuya dirección señala a los culpables
(un banco que ha recibido horas de publicidad gratuita, ojalá me apedrearan mi
sede pensarán otros banqueros con envidia). Y empiezan las carreras, los
gritos, los lloros… El paseo de Recoletos parece las Termópilas.
Nos detendrán, nos maltratarán, nos retendrán en esa
comisaria de Moratalaz que se parece cada día más a la antigua DGS franquista,
nos acusaran con pruebas falsas o directamente se las inventarán. No importa a
quienes, todos somos culpables, somos enemigos del orden, somos contrarios a su
asqueroso sistema, somos el enemigo…
Quisiera gritar y cantar a la vez para no decir nada y
decirlo todo como en un Lekeitio de Mikel Laboa. O quizá podamos adornar las
paredes con poesía que diga: “Libertad sin cargos compañer@s detenid@s-Solidaridad
con l@s herid@s 22M”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario